Muere Mario Vargas Llosa, gigante de las letras universales El escritor peruano, ganador del Nobel de literatura dejó de existir a los 89 años en Lima. Q.E.P.D. 13 de Abril del 2025 7:33 PM El novelista peruano Mario Vargas Llosa ha fallecido este domingo en Lima, según han informado sus hijos Álvaro, Gonzalo y Morgana en un comunicado. Nacido en Arequipa el 28 de marzo de 1936, el premio Nobel de literatura de 2010 acababa de cumplir los 89 años. Autor de obras fundamentales como Conversación en La Catedral, La ciudad y los perros o La fiesta del Chivo, fue uno de los escritores más importantes de la literatura contemporánea en cualquier lengua. Novelista, ensayista, polemista, articulista y académico, Vargas Llosa pasará a la historia como un extraordinario narrador y un influyente intelectual a la antigua usanza, es decir, anterior a las redes sociales. “Su partida entristecerá a sus parientes, a sus amigos y a sus lectores, pero esperamos que encuentren consuelo, como nosotros, en el hecho de que gozó de una vida larga, múltiple y fructífera, y deja detrás suyo una obra que lo sobrevivirá. Procederemos en las próximas horas y días de acuerdo con sus instrucciones”, señala el comunicado de sus hijos. “No tendrá lugar ninguna ceremonia pública. Nuestra madre, nuestros hijos y nosotros mismos confiamos en tener el espacio y la privacidad para despedirlo en familia y en compañía de amigos cercanos. Sus restos, como era su voluntad, serán incinerados”, añaden. En octubre de 2023 publicó su última novela, Le dedico mi silencio, que se cerraba con un escueto colofón en el que anunciaba su adiós a la ficción. Dos meses más tarde se despedía también del columnismo periodístico, es decir, de su Piedra de toque, la tribuna que desde 1990 publicaba quincenalmente en EL PAÍS. Esos artículos eran la demostración de su inagotable curiosidad intelectual y de su afán por intervenir en todos los debates sociales y políticos de la actualidad. En ellos, como en algunos de sus ensayos, aparecía ese Vargas Llosa progresista en lo moral, pero neoliberal en lo económico que desconcertaba (y hasta irritaba) a los miles de admiradores de sus novelas. Fue su compromiso político conservador el invocado durante años para explicar la tardanza en recibir un galardón para el que parecía predestinado: el Premio Nobel de Literatura. En 2010, justo cuando había desaparecido de las apuestas, la Academia Sueca lo despertó de madrugada en Nueva York —era profesor invitado en Princeton— para anunciarle que por fin se le había concedido la medalla más codiciada de las letras universales. ¿La razón? “Por su cartografía de las estructuras del poder y sus afiladas imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”. Tenía 74 años y acababa de mandar a la imprenta una novela sobre el colonialismo salvaje asociado a la explotación del caucho: El sueño del celta. Desde que debutó con 23 años con un volumen de cuentos —Los jefes (1959)—, no había dejado de escribir y publicar. Sin embargo, para encontrar una de sus grandes obras de ficción en el momento del Nobel había que remontarse una década atrás, hasta La fiesta del Chivo (2000). En cierto modo, aquella novela basada en hechos reales sobre la tiranía del dominicano Rafael Leónidas Trujillo era su tardía contribución a la oficiosa conjura de los autores latinoamericanos para retratar las dictaduras del subcontinente. Gabriel García Márquez (El otoño del patriarca), Miguel Ángel Asturias (El señor presidente) o Augusto Rosa Bastos (Yo, el Supremo) le precedieron en la tarea.
Vargas Llosa fue parte fundamental del estallido global —el famoso boom— de la literatura latinoamericana desde que en 1963, siento apenas un veinteañero, ganó con La ciudad y los perros otro premio, el Biblioteca Breve, convocado por la editorial barcelonesa Seix Barral. La inspiración le llegó desde su propio pasado: la adolescencia en el Colegio Militar Leoncio Prado de Lima, un sórdido lugar en el que lo internó su padre para sacarlo de la mansa órbita de la familia materna. De hecho, la reaparición de su colérico progenitor, al que durante años creyó muerto, supuso el traumático fin de una plácida infancia transcurrida en Cochabamba (Bolivia) y en Piura, en el norte del Perú. No en vano, fue el momento de la resurrección paterna el elegido por el escritor para abrir sus memorias, El pez en el agua. Las publicó en 1993, tres años después de que Alberto Fujimori lo derrotase en las elecciones presidenciales. Aquella frustración política ocupa los capítulos pares de un largo relato que se completa en los impares con la educación literaria y sentimental del autor: desde que en 1957 viaja a París por primera vez gracias a un concurso de cuentos hasta el día en que acude a una perrera para rescatar al Batuque, un “chucho” que le habían regalado. Allí contempló una escena de brutalidad contra los animales de la que tuvo que recuperarse en el primer “cafetucho” que encontró: La Catedral. En 1969, ese episodio abriría Conversación en La Catedral, cuya primera frase entró instantáneamente a formar parte de la historia de la literatura: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. Esa novela fue la primera que redactó como escritor profesional gracias a una figura decisiva en su carrera literaria: Carmen Balcells. Instalados en Londres desde 1966, el novelista y su familia vivían con lo justo gracias a las clases de literatura que él impartía en el Queen Mary College cuando la agente literaria le ofreció un sueldo a cuenta de los derechos de aquella obra maestra en marcha. Con una condición: que se instalase en Barcelona y se dedicara exclusivamente a escribir. Fue lo que hizo entre 1970 y 1974, periodo en el que coincidió en la capital catalana con otro futuro Nobel, García Márquez, sobre el que escribió un estudio de referencia —Historia de un deicidio— y al que le unió una estrecha amistad que acabó rota por un episodio sin aclarar que terminó con Vargas Llosa poniendo un ojo morado a su colega. Lima, Madrid, París, Londres y Barcelona forman la cartografía vital de un hombre al que le iba como un guante la etiqueta de escritor universal. Bebió de todas las fuentes y participó en todos los debates. Si su maestro literario fue Flaubert -del que aprendió que adonde no llega el talento llega el esfuerzo-, su primer referente ideológico fue Jean-Paul Sartre. Con el tiempo bromearía con su apodo de juventud —el sartrecillo valiente—, pero durante años creyó ciegamente en el compromiso del escritor a la manera teorizada por el filósofo francés. La muerte ha truncado su último proyecto literario: un ensayo sobre su obra. En 1971, a raíz del caso Padilla, rompió con la revolución cubana —otro de sus fervores— y con el comunismo. A partir de entonces sus influencias soplaron desde la orilla opuesta: un liberalismo político forjado por pensadores como Karl Popper, Isaiah Berlin o Raymond Aron que en lo económico se tradujo en el neoliberalismo de Margaret Thatcher, cabeza visible de la revolución conservadora que triunfó en los años ochenta del siglo XX y tuvo su momento icónico en la caída del Muro de Berlín. Más de una vez recordó Vargas Llosa, con la ironía soterrada que le caracterizaba, que en la casa de su infancia la definición de liberal la dio su abuela Carmen: “Alguien que no va a misa y que se divorcia”. En una de sus últimas entrevistas de televisión, grabada para el programa de su amiga Mercedes Milá, el Nobel peruano explicó que la familia era para él símbolo del orden, y que lo suyo fue siempre “la aventura”. En efecto, su vida sentimental estuvo atravesada por grandes pasiones que se desarrollaron contra todas las convenciones burguesas: con su tía Julia, 10 años mayor que él; con su prima Patricia, madre de sus tres hijos (Álvaro, Gonzalo y Morgana); o con Isabel Preysler, a la que se unió en 2015, cuando contaba 79 años. Rompieron con cierto escándalo en diciembre de 2022. En posesión de todos los galardones posibles (del Cervantes al Nobel pasando por el Princesa de Asturias, el Rómulo Gallegos y hasta el Planeta), Mario Vargas Llosa fue miembro de la Real Academia Española (sillón L), corporación en la que ingresó en 1996 con un discurso sobre Azorín al que respondió Camilo José Cela. En noviembre de 2021 se convirtió también en uno de los “inmortales” de la Académie Française pese a no haber escrito una sola línea en la lengua de Molière. “Yo aspiraba secretamente a ser un escritor francés”, dijo en febrero de 2023 al comienzo de su discurso de ingreso en una ceremonia a la que acudió el rey Juan Carlos. Acostumbrado desde joven a acumular distinciones, siempre dijo que su gran objetivo era no convertirse en estatua. En 2019, cuando parecía que ya no escribiría nada a la altura de sus grandes novelas, publicó la soberbia Tiempos recios, basada en la intervención de la CIA para derrocar —en 1954 y con falsas acusaciones de comunismo radical— el Gobierno tibiamente socialdemócrata de Jacobo Árbenz en Guatemala. La obra se cierra con un párrafo en el que Vargas Llosa, anticastrista acérrimo, demostraba que antes que enemigo de Fidel Castro era amigo de la verdad. La lección guatemalteca, reconocía, llevó a la Cuba revolucionaria a aliarse con la Unión Soviética para “blindarse contra las presiones, boicots y posibles agresiones de los Estados Unidos”. En su opinión, “otra hubiera podido ser la historia de Cuba” si EE UU hubiera aceptado antes la “modernización y democratización” de la Guatemala ensayada por Árbenz. Ese reconocimiento fue una de las últimas lecciones intelectuales de un escritor indiscutible al que le encantaba discutir. Y que siempre afrontó el debate ideológico sin rastro de cinismo. Para él, escritura y política siempre fueron dos caras de la misma moneda: la de la libertad individual. A costa incluso de la justicia social. Por eso remató su discurso del Nobel recordando que “las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad”. La lectura, añadió, inocula la rebeldía en el espíritu humano: “Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible”. Y en su caso, algo más: ser inmortal para sus lectores.
Mario Vargas Llosa nació en Arequipa el 28 de marzo de 1936, único hijo de la pareja compuesta por Ernesto Vargas Maldonado y Dora Llosa Ureta. Un año después ambos se separan y la madre se muda a Bolivia, donde vive con el futuro escritor y su familia materna hasta cumplir los nueve años de edad. “Siempre me he sentido arequipeño, aunque no he vivido nunca en Arequipa desde que salí de ella de niño”, contará a los 77 años, en marco de la donación de su biblioteca a la Ciudad Blanca. Es en la ciudad de Cochabamba donde aprendió a leer como alumno del colegio La Salle, algo que atribuye al hermano Justiniano; por esas épocas leyó “20.000 leguas de viaje submarino” del francés Julio Verne, así como “El árabe” de Edith Maude Hull, y también “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” de Pablo Neruda, aunque a escondidas (su madre le tenía prohibido tocar ese libro, reveló el autor el 2020 en una de sus columnas “Piedra de toque”). Tras su estancia en Cochabamba volvió al Perú, a Piura, donde continuó sus estudios en el Colegio Salesiano. En esta ciudad, en “los últimos días de 1946 o los primeros de 1947”, es donde conoció a su padre, al que creía muerto y que acababa de reconciliarse con su madre. La relación con su padre fue tirante; Ernesto Vargas era un hombre duro, inflexible y de arrebatos violentos. Al vivir bajo el mismo techo, el futuro escritor conoció el miedo. “Yo sentía pánico. Me temblaban las piernas. Quería volverme chiquito, desaparecer. Y, cuando, sobreexcitado con su propia rabia, se lanzaba a veces contra mi madre, a golpearla, yo quería morirme de verdad, porque incluso la muerte me parecía preferible al miedo que sentía. A mí me pegaba también”, dijo en su autobiografía “El pez en el agua”. Sus padres se pelearán y reconciliarán numerosas veces a lo largo de la adolescencia del escritor. Dora no dejará a Ernesto, del que depende económicamente, y Ernesto no dejará sus conductas. Se mudó a Lima, donde estudió en el colegio La Salle el sexto de primaria y el primero y segundo de secundaria. En 1948 un sacerdote de este colegio le hizo tocamientos indebidos; Vargas Llosa atribuyó a este abuso el por qué se alejó de la vida religiosa que le inculcó su madre, una mujer católica. Pasarán 45 años antes de que haga públicos los tocamientos que el hermano Leoncio, con “un hilito de baba en su boca”, le hizo en la bragueta. En 1950 su padre, obsesionado con reforzarle la masculinidad, lo hizo entrar al Colegio Militar Leoncio Prado del Callao, provincia constitucional vecina de Lima. Estudiar allí fue un sufrimiento, empezando con el llamado “bautizo”, abuso físico y sexual disfrazado de rito de pasaje ejercido por los alumnos de años superiores; a pesar del martirio el escritor considera que su paso por esta institución fue más positivo que negativo, en esos claustros leyó completa la saga de los Mosqueteros de Alejandro Dumas, además de empezar a desarrollar su vocación de escritor. Víctor Flores, su compañero de camarote, le conseguía clientes entre las filas de cadetes que estaban dispuestos a pagar por cartas de amor para las enamoradas que, a causa del rigor del internado, no podían ver. Cada carta se hacía con información proporcionada por el interesado, insumo vital para que el futuro nobel se ponga a trabajar. “Como los cadetes llevaban fotos en blanco y negro, yo les pedía que me precisen los colores, por ejemplo, de los ojos o del pelo, y yo con esos datos iba donde Mario”, contó Flores en 2001, en entrevista con El Comercio. Pero no solo escribió y vendió cartas, sino “novelitas eróticas” que tuvieron más demanda. Estas anécdotas alimentaron la primera novela del escritor, “La Ciudad y los Perros” (1963). “Con historias de sexo me convertí en escritor profesional”, contará en 2001, en entrevista con Playboy. El verano de 1952 lo pasó trabajando en el diario La Crónica, donde entró por recomendación de su padre al director. Allí escribió crónica roja, sobre víctimas y victimarios, y vio por primera vez un cadáver. También hizo vida bohemia, algo que perturbó a su padre, quien terminó sacándolo del periódico para que no se eche a perder. “A pesar de sus quince años no se comportaba como un novato, era muy observador”, declaró a este Diario Carlos Ney Barrionuevo, compañero de trabajo. Su último año de secundaria lo hizo en el colegio San Miguel de Piura, mientras vivía en casa de su tío Luis Llosa Ureta, padre del director de cine Luis Llosa Urquidi. Las notas de su último año de secundaria muestran a un alumno bueno en Literatura, malo en Educación Física, curso que aprobó a duras penas. En 1952 compaginó sus estudios escolares con trabajo en el diario La Industria de Piura; también acabó la obra de teatro “La huida del inca”, que presentó en el Teatro Variedades. En esta época además conoció por dentro la Casa Verde, prostíbulo piurano que serviría de inspiración para su segunda novela, “La Casa Verde” (1966). “[Era] una cosa, muy, muy extraña; era una sola habitación muy grande con puertas alrededor y había una orquesta compuesta por tres individuos, un arpista medio ciego y muy viejo, un guitarrista que además era el cantante y un hombre muy musculoso que tocaba el tambor y los platillos... Y esos tres personajes los he dejado en la novela con los nombres que tenían en Piura”, relatará Vargas Llosa en entrevista con la escritora mexicana Elena Poniatowska. En 1953 ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos como estudiante de Letras y Derecho, donde empezó su militancia comunista en el movimiento Cahuide. Dos años después ya trabajaba como asistente del historiador Raúl Porras Barrenechea cuando contrajo matrimonio con su tía, la boliviana Julia Urquidi, que se había mudado a Lima tras el divorcio de su primer marido. La boda, desarrollada contra los deseos de sus padres, inspiró la novela “La tía Julia y el escribidor” (1977).
En los años posteriores el escritor se hizo de varios “cachuelos”, trabajos pequeños que le servían para mantener su matrimonio, incluyendo escriba de noticias en Radio Panamericana, autor de un libro para la Universidad Católica, colaborador para el suplemento El Dominical de El Comercio, etc. Precisamente en 1957 este diario reportó su victoria en un concurso de cuentos organizado por la Alianza Francesa, ganando un viaje a Paris por 15 días, primero de los muchos encuentros que tendría con el mundo francófono. En 1959 publicó en Lima “Los jefes”, colección de cuentos entre los cuales estaba “El abuelo”, publicado originalmente en 1956 por el suplemento El Dominical de El Comercio. “El fragor de combate que poseen las historias del volumen de Vargas Llosa no ensordece esa vibración delicada, sutil, viva, que constituye en ellas la vigencia del amor limpio que sus personajes manifiestan por la existencia”, dijo por aquel entonces el escritor peruano Sebastián Salazar Bondy, amigo suyo, sobre el libro. En el texto aparece por primera vez el personaje de Lituma, guardia civil que estará presente en varias obras a lo largo de su carrera literaria. En 1960 el escritor se mudó a Paris, donde seguiría su trabajo como escritor, con dificultades, aunque siempre acompañado de Julia Urquidi, quien hacía las labores domésticas para que Mario haga lo único que sabía: teclear en su máquina de escribir. Fue en París donde frecuentó a otros escritores de su generación, a Gabriel García Márquez (“Cien años de soledad”) y Julio Cortázar (“Rayuela”); dos de los literatos del llamado ‘Boom Latinoamericano’, nombre que se le dio al grupo de escritores de América Latina que destacaron en esta década. Vargas Llosa fue reconocido con el premio Biblioteca Breve por “La ciudad y los perros” (1963), novela que le abriría las puertas a la fama y que se recreó, con elementos ficcionados, la vida de tres cadetes del Colegio Militar Leoncio Prado enamorados de la misma mujer. La novela no sentó bien en el colegio. “El libro no tiene otra importancia que la económica para su creador”, dijo entonces Armando Artola, director del colegio. El mismo escritor revelará en 1965 que hubo un “auto de fe” en el colegio en el que se quemaron ejemplares de la novela. En 1964 se divorció de Julia Urquidi; el abogado boliviano Mario Salinas, quien lo ayudó a divorciarse, dijo que el escritor jamás le pagó sus honorarios (años después incluso se los cobró en persona). Un año después se casó con Patricia Llosa Urquidi. Con “La Casa Verde” (1966) ganó el premio Rómulo Gallegos. “Es una novela que casi me ha disgustado de la literatura y casi de la vida porque he padecido lo indecible escribiéndola”, dijo el escritor. Ese mismo año nació su primer hijo, Álvaro Vargas Llosa, que también será escritor. Mario Vargas Llosa continuó escarbando en sus anécdotas personales y así publicó “Conversación en La Catedral” (1969), que debe su título al bar de la avenida Alfonso Ugarte donde departía con sus colegas de La Crónica. La novela famosa por una de sus primeras frases (“¿En qué momento se había jodido el Perú?”), compaginó también su experiencia como estudiante de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y la represión de la dictadura de Manuel Odría, representada por el personaje de Cayo Bermúdez. Por estas épocas Vargas Llosa era simpatizante socialista, algo que cambiará con los años. “Creo que la solución para los problemas terribles que vive América Latina sólo puede ser de carácter socialista”, dijo en entrevista con este Diario. Aun así, dejaba en claro su oposición a los dogmas y su lucha a favor de la libertad. “Estoy también, resueltamente, con aquellos que luchan por descongelar el marxismo”. En 1971 renunció a la Casa de las Américas de La Habana por el trato del régimen cubano al poeta Heberto Padilla. En 1972 criticó al régimen militar del Perú por los atropellos a la libertad de prensa y la censura de películas; también señaló algunos aspectos positivos del gobierno. En 1974, días antes de la toma de los diarios por el gobierno, alertó de los peligros que esto representaría: “si los diarios son intervenidos ―cualquiera que sea la forma que adopte la intervención― corremos el peligro de que, en un período corto o largo, toda la prensa adopte el carácter uniforme, incondicional y meramente propagandístico que tiene en los países socialistas”, dijo. Para 1975 dirá que la Revolución Peruana está “divorciada ya de las grandes masas y apartada de la realidad”. Con “Pantaleón y las visitadoras” (1973) hace una pausa a las novelas inspiradas en su vida y transforma una anécdota real, donde el Ejército Peruano contrató a prostitutas para sus soldados en la selva. Dos años después Vargas Llosa dirigirá una adaptación al cine del libro, protagonizado por el español José Sacristán (Pantaleón) y la peruana Camucha Negrete (la Brasileña); en 1999 habrá otra versión, éxito en la taquilla, esta vez dirigida por Francisco Lombardi. En 1975 es integrado como miembro de la Academia Peruana de la Lengua. En 1976, es noticia en América Latina y España el puñetazo que Vargas Llosa le dio a Gabriel García Márquez en la Ciudad de México, tumbándolo. Un ojo morado después, y sin una explicación por ninguna de las partes afectadas (ni en ese momento ni en décadas posteriores), terminó una amistad de más de una década, forjada en Europa, y que incluso había motivado al peruano a escribir un libro sobre su colega (“García Márquez: historia de un deicidio”, 1971). Con “La tía julia y el escribidor” (1977) volvió a tomar elementos de su vida personal para narrar. El escritor ha dicho, no obstante, que esta no es una historia real. El personaje se llama como él, tiene los mismos amigos y familiares, la misma esposa que también es su tía, pero sus circunstancias han sido transformadas, incluyendo el añadido de Pedro Camacho, prolífico autor de radioteatros al que se le cruzan las tramas y sufre una crisis emocional. En 1983, Julia Urquidi lanzará su propia versión de los hechos con “Lo que Varguitas no dijo”. En 1978 también Mario Vargas Llosa publica en Francia “La orgía perpetua”, ensayo donde explica su fascinación por Gustave Flaubert, tal vez el escritor que más lo influenció. “Nos encontramos frente a un guía perfec to, novedoso y personal que nos sitúa de lleno en la literatura y que nos permite comprender mejor lo que hace la diferencia entre una mala novela y una novela de Flaubert”, dijo entonces la revista francesa Le Point. Un paso para su establecimiento como uno de los mayores defensores de la cultura francófona en idioma español. “Todo lo que he escrito de ficción está vinculado al Perú a pesar de que he vivido fuera de mi país muchos años. (…) El tipo de novela que yo hago exige una experiencia directa de la realidad que se describe”, contó en 1979 en una entrevista desde Rusia. Esto cambiará con la publicación de “La guerra del fin del mundo” (1981), que cuenta la Rebelión de los Canudos en el Brasil del siglo XIX. “Uno nunca premedita lo que va a escribir. No me imaginé cuando empecé a escribir esta novela que iba a tomar estas dimensiones”, dijo a El Comercio, sobre la que entonces fue su novela más extensa. También en 1981 debutó como presentador de televisión con el programa “La Torre de Babel” por Panamericana (canal 5), donde entrevistó a diversas personalidades de la cultura, entre ellas la novelista española Corín Tellado y el cuentista argentino Jorge Luis Borges. En 1982 Vargas Llosa marca distancia de las dictaduras, mencionando a Augusto Pinochet (Chile) y a Fidel Castro (Cuba), “a quien me acerqué en los primeros tiempos”, dijo desde Roma. Ese mismo año habló sobre los peligros de la fama, así como de uno de sus mayores temores: “Si en algún momento quedara privado de mi capacidad intelectual realmente sería peor que quitarme la vida. Las cosas que escribo son mi manera de vivir. Temo al apolillamiento”, dijo. En 1983 fue nombrado integrante de una comisión del gobierno para investigar la masacre de Uchuraccay (Huanta, Ayacucho), donde ocho periodistas y su guía fueron asesinados. La conclusión del informe indicó que los comuneros fueron responsables de las muertes. “Estoy convencido de que las conclusiones del Informe son justas, con las precisiones que he señalado, y lo seguiré estando mientras no aparezcan evidencias que demuestren algo distinto”, dijo ese mismo año. En 1984 publica “Historia de Mayta”, novela que es la reconstrucción de la vida de un trostkista responsable de una intentona revolucionaria que sale mal. “Yo no escribo para demostrar algo. Pero sí creo que en esos libros hay una mayor reflexión de tipo social y político y una menor ingenuidad que en mis primeras novelas”, dijo sobre su proceso literario en estas épocas. En 1985 el escritor fue doblemente distinguido. En abril recibió la Medalla de Honor en grado de Oficial del gobierno francés. También en Francia se le dio el premio literario Hemingway, cuya dotación de 50.000 dólares donó a la construcción de un hospicio en la ciudad de Ayacucho. Ese mismo año publicó una serie de artículos periodísticos sobre la realidad nicaragüense en El Comercio, titulados “Nicaragua en la encrucijada”. Los siguientes tres años se vieron marcados por la publicación seguida de tres novelas: “¿Quién mató a Palomino Molero?” (1986), “El hablador” (1987) y “”Elogio a la madrastra” (1988). También lanzó “La Chunga”, obra de teatro derivada de “La Casa Verde”. El año 1988 también marca su ingreso definitivo en política, al ser lanzado como candidato presidencial del Frente democrático (Fredemo); un año antes había declarado no tener aspiraciones políticas. “La violencia no ha nacido en las barriadas pobres del Perú. Ha nacido en las universidades y en los sindicatos”, declaró el escritor en entrevista con la revista Newsweek. También dijo, en una conferencia desde el Banco Mundial con sede en Washington, que el grupo terrorista Sendero Luminoso cometió “grandes crímenes en nombre de un extravagante maoísmo”. En enero de 1989 dos terroristas intentaron matarlo con cartuchos de dinamita en la ciudad de Pucallpa; el escritor salió ileso del fallido atentado. Ese mismo año, en diciembre, hubo otro intento de atentado, esta vez contra su domicilio; el escritor responsabilizó de estos últimos hechos al comando paramilitar de filiación aprista Rodrigo Franco. En 1990 lideró las votaciones en la primera vuelta, pasando a segunda enfrentándose al entonces desconocido Alberto Fujimori del movimiento Cambio 90. En ese marco, pidió a su rival no avivar las divisiones entre los peruanos. No se hizo con la victoria en la segunda vuelta. A finales de ese año dijo estar desilusionado de la política. “[Descubrí que] es muy difícil tener éxito en política, si uno no está dispuesto a utilizar ese tipo de..., no diré de maquiavelismo, porque sería injusto con Maquiavelo, diría ética maquiavélica”.
Lo q más recuerdo de el ,no es su frívola literatura ..fue su lamentable paso como miembro de la pseudo comisión de la verdad..en el caso uchuraccay El español nunca abrió la boca ,para hablar del flagelo q es el narcotráfico peruano.. Vargas Llosa: 'Legalizar la droga es la única forma de acabar con el narcotráfico' El Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. | Reuters 'La legalización es la única forma de acabar con el narcotráfico'
Hay casos, ciertos casos en el que la muerte de una persona solo es un mero tránsito a la inmortalidad, los mundanos o sea nosotros que transitamos por este mundo, lo mas que alcanzaremos será prestigio profesional, quiza algun prestigio social y dejaremos un recuerdo muy grato para nuestros hijos, de hecho los nietos escucharan de nosotros... pero la generación siguiente difícilmente nos recordarán... en el caso de Vargas Llosa solo su presencia física se nos niega con su muerte, pero lo importante, lo que vale... lo valioso serán sus escritos, que serán recordados generacion tras generacion, quiza los heroes tambien tengan ese honor, hay algunos que quieren heroizar a delincuentes, hampones políticos como Fujimori, pero la gente de esa calaña se pierde en el transcurrir de los tiempos, asi como difícilmente se acuerdan de un felón como Manuel Ignacio Prado al que ni siquiera se le nombra por mucho daño le haya hecho al Perú... así que Vargas LLosa, en realidad no ha muerto, vive a través de su obra y será siempre reconocido como el peruano mas universal, nuestro orgullo y quizás para muchos nuestro alter ego (con las debidas distancias que se merece...)
MVLL clasista RACISTA , traidor, desleal , su trayectoria politica fue una porqueria ... https://www.instagram.com/p/DIbdvHzqy_3/