¡Tigre! ¡Tigre! ardiendo brillante En los bosques de la noche, ¿Qué ojo o mano inmortal Pudo idear tu terrible simetría? ¿En qué abismos o cielos lejanos Ardió el fuego de tus ojos? ¿Con qué alas osó elevarse? ¿Y qué mano osó ese fuego sujetar? ¿Y qué hombro y qué arte Torció las fibras de tu pecho? Y al comenzar tu corazón a latir, ¿Qué mano terrible o pie terrible? ¿Qué martillo? ¿Qué cadena? ¿En cuál horno tu cerebro? ¿Qué yunque? ¿Qué puño terrible osó ceñir su terror letal? Cuando los astros arrojaron sus lanzas Y humedecieron sus lágrimas el cielo, ¿Sonrió al contemplar su obra? ¿Aquel que creó al Cordero, te creó a ti? Tigre! ¡Tigre! ardiendo brillante En los bosques de la noche, ¿Qué ojo o mano inmortal Pudo idear tu terrible simetría? (William Blake) Saludos.
Retorno a ellas, que sostienen el deseo mientras el mundo tiembla por una antigua belleza. Así eran tus manos. Pienso en ellas ahora que las ventanas están exasperadas. !Cómo alejar de tu rostro esa sombra infinita! Oh amor, estamos aquí, desprendidos, con los ojos cerrados, como reprochando algo, a la fugitiva... luz. Edgar Vidaurre Miranda.
Yo he repartido papeletas clandestinas, gritado: VIVA LA LIBERTAD! En plena calle desafiando a los guardias armados. Yo participé en la rebelión de abril: pero palidezco cuando paso por tu casa y tu sola mirada me hace temblar. .- Ernesto Cardenal
UNA MUJER CON DOS GATOS No tiene más de treinta años y es más bella todavía y está como ida frente al semáforo en rojo cuando el cielo ha dejado su infierno de sollozos y cruzan los autos y el asfalto se traga su abandono. Ha dejado dos mails en la computadora, la maceta de gladiolos, la conserva del ayuno y sus cremas de olvidos a su expediente de novia. Así su vida pende de un hilo y olvida la codicia atada a la simetría del domingo cuando se desnuda en el instante que afirma que ama al hombre que le hizo un texto donde repite que la quiere por Zeus. Tiene el alma en el horno, su barriguita de esmaltes y no responde llamadas de otros y aguarda el eco que diseña su memoria en sedas de amortización para el verano cuando borre la cicatriz de sus odios. Y así, mira a sus dos gatos, jugosa y cruza la calle. Eloy jauregui
Carta del suicida Juro que esta mujer me ha partido los sesos, Por que ella sale y entra como una bala loca, Y abre mis parietales y nunca cicatriza, Así sople el verano o el invierno, Así viva feliz sentado sobre el triunfo Y el estómago lleno, como un cóndor saciado, Así padezca el látigo del hambre, Así me acueste O me levante, y me hunda de cabeza en el día Como una piedra bajo la corriente cambiante. Así toque mi cítara para engañarme, así Se habrá una puerta y entren diez mujeres desnudas, Marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen Unas sobre otras hasta consumirse. Juro que ella perdura porque ella sale y entra Como una bala loca, Me sigue a donde voy y me sirve de hada. Gonzalo Rojas Spoiler
Himno a Satán «Ten piedad de mi larga miseria» Le fleurs du mal Charles Baudelaire ..Tú que eres tan solo una herida en la pared y un rasguño en la frente que induce suavemente a la muerte: tú ayudas a los débiles mejor que los cristianos tú vienes de las estrellas y odias esta tierra donde moribundos descalzos se dan la mano día tras día buscando entre la m1erda ..la razón de su vida; yo que nací del excremento ..te amo y amo posar sobre tus manos delicadas mis heces. Tu símbolo es el ciervo y el mío la luna: ..que caiga la lluvia sobre ..nuestras faces uniéndonos en un abrazo silencioso y cruel en que como el suicidio, sueño sin ángeles ni mujeres desnudo de todo salvo de tu nombre ..de tus besos en mi ano y tus caricias en mi cabeza calva rociaremos con vino, orina y sangre ..las iglesias regalo de los magos y debajo del crucifijo aullaremos. "Poemas del manicomio de Mondragón" Leopoldo María Panero Spoiler: Cruza la calle y evita a los locos
Primera muerte de María A pesar de sus cabellos opacos, de su misteriosa delgadez, de su tristeza áurea y definitiva como la mía, yo adoraba a mi esposa, alta y silenciosa como una columna de humo. María vivía en un barrio pobre, cubierto de deslumbrantes y altísimos planetas, atravesado de silbidos, de extrañas pestilencias y de perros hambrientos. Humedecido por las lágrimas de María todo el barrio se hundía irremediablemente en un rocío tibio. María besaba los muros de las callejuelas y toda la ciudad temblaba de un violento amor a Dios. María era fea, su saliva sagrada. Las gentes esperaban ansiosas el día en que María, provista de dos alas blancas, abandonase la tierra sonriendo a los transeúntes. Pero los zapatos rotos de María, como dos clavos milenarios, continuaban fijos en el suelo. Durante la espera, la muchedumbre escupía la casa, la melancolía y la pobreza de María. Hasta que aparecí yo como un caballo sediento y me apoderé de sus senos. La virgen espantada derramó una botella de leche y un río de perlas sucedió a su tristeza. María se convirtió en mi esposa. Algún tiempo más tarde, María caía a tierra envuelta en una llamarada. Esposo mío —me dijo— un hijo de tu cuerpo devora mi cuerpo. Te ruego, señor mío, devuélveme mi perfume, mi botella de leche, mi barrio miserable. Yo le acerqué su botella de leche y le hice beber unos sorbos redentores. Abrí la ventana y le devolví su perfume adorado, su barrio polvoriento. Casi enseguida, una criatura de mirada purísima abrió sus ojos ante mí, mientras María cerraba los suyos cegados por un planeta de oro: la felicidad. Yo abracé a mi hijo y caí de rodillas ante el cuerpo santo de mi esposa: apenas quedaba de él un hato de cabellos negros, una mano fría sobre la cabeza caliente de mi hijo. ¡María, María —grité— nada de esto es verdad, regresa a tu barrio oscuro, a tu melancolía, vuelve a tus callejuelas estrechas, amor mío, a tu misterioso llanto de todos los días! Pero María no respondía. La botella de leche yacía solitaria en una esquina, como en un cono de luz divina. En la oscuridad circundante, toda la ciudad me reclamaba a mi hijo, repentinamente henchida de amor a María. Yo lo confié al abrigo y la protección de algunos bueyes, cuyo aliento cálido me recordaba el cuerpo tibio y la impenetrable pureza de María. Jorge Eduardo Eielson
Fonte frida Fonte frida, fonte frida fonte frida y con amor, do todas las avecicas van tomar consolación, sino es la tortolica, que está viuda y con dolor. Por ahí fuera a pasar el traidor del ruiseñor; las palabras que le dice llenas son de traición: «Si tú quisieses, señora, yo sería tu servidor.» «Vete de ahí, enemigo, malo, falso, engañador, que ni poso en ramo verde ni en ramo que tenga flor, que si el agua hallo clara turbia la bebiera yo; que no quiero haber marido porque hijos no haya, no; no quiero placer con ellos ni menos consolación. ¡Déjame triste, enemigo, malo, falso, mal traidor; que no quiero ser tu amiga ni casar contigo, no!» Anónimo
Hombres necios que acusáis a la mujer Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis. Si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal? Combatís su resistencia y luego con gravedad decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia. Parecer quiere el denuedo de vuestro parecer loco al niño que pone el coco y luego le tiene miedo. Queréis con presunción necia hallar a la que buscáis, para pretendida, Tais, y en la posesión, Lucrecia. ¿Qué humor puede ser más raro que el que, falto de consejo, él mismo empaña el espejo y siente que no esté claro? Con el favor y el desdén tenéis condición igual, quejándoos, si os tratan mal, burlándoos, si os quieren bien. Opinión ninguna gana, pues la que más se recata, si no os admite, es ingrata, y si os admite, es liviana. Siempre tan necios andáis que con desigual nivel a una culpáis por cruel y a otra por fácil culpáis. ¿Pues cómo ha de estar templada la que vuestro amor pretende, si la que es ingrata ofende y la que es fácil enfada? Mas entre el enfado y pena que vuestro gusto refiere, bien haya la que no os quiere y queja enhorabuena. Dan vuestras amantes penas a sus libertades alas y después de hacerlas malas las queréis hallar muy buenas. ¿Cuál mayor culpa ha tenido en una pasión errada: la que cae de rogada o el que ruega de caído? ¿O cuál es más de culpar, aunque cualquiera mal haga: la que peca por la paga o el que paga por pecar? ¿Pues para qué os espantáis de la culpa que tenéis? Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis. Dejad de solicitar y después con más razón acusaréis la afición de la que os fuere a rogar. Bien con muchas armas fundo que lidia vuestra arrogancia, pues en promesa e instancia juntáis diablo, carne y mundo. Sor Juana Inés de la Cruz
Annabel Lee Muchos, muchos años atrás, en un reino junto al mar turquí vivía una doncella a quien quizá conozcáis, llamada Annabel Lee, que tenía en la vida un único afán: amarme y ser amada por mí. Aunque no éramos más que niños, en el reino junto al mar turquí, nos amábamos con un amor tan pleno, yo y mi Annabel Lee, que los alados serafines del cielo lo codiciaban para si. Fue por esta razón que, tiempo atrás, en el reino junto al mar turquí de una nube sopló un viento que heló a mi hermosa Annabel Lee. Entonces llegó su patricio tutor y la separó de mí para encerrarla en un sepulcro en el reino junto al mar turquí. Los ángeles, infelices en el cielo ulterior; nos envidiaban a ella y a mí, y fue por eso (como saben todos en el reino junto al mar turquí) que de esa nube nocturna un viento sopló hasta helar a mi Annabel Lee. Pero era tanto más fuerte nuestro joven amor que el de toda la gente de allí, que el de gente mayor y más sabia, ¡oh, sí! que ni los ángeles del cielo ulterior ni los demonios bajo el mar turquí podrán separar mi alma del alma de la hermosa Annabel Lee. Pues la luna, al brillar; me invita a soñar en la hermosa Annabel Lee; y al salir los luceros veo los ojos certeros de la hermosa Annabel Lee; y así paso, tendido a su lado, las noches, velando a mi amada, mi amor; mi consorte, en su sepulcro junto al mar turquí, el mar que ruge por ella y por mi. Edgar Allan Poe Born into this Nacer así en esto Mientras la tiza dibuja una sonrisa Mientras la señora muerte se ríe Mientras los horizontes políticos se disuelven Mientras los peces grasientos escupen a sus víctimas grasientas. Nacemos así en esto En hospitales tan caros que es mas barato morir Con abogados tan caros que es mas barato declararse culpable En un país con las cárceles llenas y los manicomios cerrados En un lugar donde las masas hacen de los idiotas ricos héroes. Nacer en esto andando y viviendo a pesar de esto Muriendo por esto Castrados corrompidos desheredados por esto Los dedos acusan a un dios insensible Los dedos acusan a la botella, a la píldora, a la coca Hemos nacido en la mortífera tristeza Habrá asesinatos indiscriminados y sin castigo por las calles Habrá armas y masas errantes La tierra dejara de ser fértil La comida será un recurso escaso El poder nuclear será controlado por todos Las explosiones sacudirán continuamente la tierra Hombres radioactivos comerán carne de hombres radioactivos El viento negro traerá el olor de los cuerpos podridos de hombres y animales Y reinara el silencio más bello que nunca se haya oído Nacer de esto Por allí se oculta el sol, esperando el siguiente capitulo. Charles Bukowski
NOCTURNO Padre Nuestro que estás en los cielos, ¡por qué te has olvidado de mí! Te acordaste del fruto en febrero, al llagarse su pulpa rubí. ¡Llevo abierto también mi costado, y no quieres mirar hacia mí! Te acordaste del negro racimo, y lo diste al lagar carmesí; y aventaste las hojas del álamo, con tu aliento, en el aire sutil. ¡Y en el ancho lagar de la muerte aun no quieres mi pecho oprimir! Caminando vi abrir las violetas; el falerno del viento bebí, y he bajado, amarillos mis párpados, por no ver más enero ni abril. Y he apretado la boca, anegada de la estrofa que no he de exprimir. ¡Has herido la nube de otoño y no quieres volverte hacia mí! Me vendió el que besó mi mejilla; me negó por la túnica ruin. Yo en mis versos el rostro con sangre, como Tú sobre el paño, le di. Y en mi noche del Huerto, me han sido Juan cobarde y el Ángel hostil. Ha venido el cansancio infinito a clavarse en mis ojos, al fin: el cansancio del día que muere y el del alba que debe venir; ¡el cansancio del cielo de estaño y el cansancio del cielo de añil! Ahora suelto la mártir sandalia y las trenzas pidiendo dormir. Y perdida en la noche, levanto el clamor aprendido de Ti: ¡Padre Nuestro que estás en los cielos, por qué te has olvidado de mí! Gabriela Mistral
LOS DADOS ETERNOS Para Manuel González Prada, esta emoción bravía y selecta, una de las que, con más entusiasmo, me ha aplau- dido el gran maestro. Dios mío, estoy llorando el ser que vivo; me pesa haber tomádote tu pan; pero este pobre barro pensativo no es costra fermentada en tu costado: ¡tú no tienes Marías que se van! Dios mío, si tú hubieras sido hombre, hoy supieras ser Dios; pero tú, que estuviste siempre bien, no sientes nada de tu creación. ¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él! Hoy que en mis ojos brujos hay candelas, como en un condenado, Dios mío, prenderás todas tus velas, y jugaremos con el viejo dado. Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte del universo todo, surgirán las ojeras de la Muerte, como dos ases fúnebres de lodo. Dios mío, y esta noche sorda, obscura, ya no podrás jugar, porque la Tierra es un dado roído y ya redondo a fuerza de rodar a la aventura, que no puede parar sino en un hueco, en el hueco de inmensa sepultura. César Vallejo.
POESÍA ¡Poesía inmortal, cantarte anhelo! ¡Mas mil esfuerzos he de hacer en vano! ¿Acaso puede al esplendente cielo Subir altivo el infeliz gusano? Tú eres la sirena misteriosa Que atrae con su voz al navegante, ¡Eres la estrella blanca y luminosa! ¡El torrente espumoso y palpitante! Eres la brisa perfumada y suave Que juguetea en el vergel florido, ¡Eres la inquieta y trinadora ave Que en el verde naranjo cuelga el nido! Eres la onda de imperial grandeza Que altiva rueda vomitando espuma, ¡Eres el cisne de sin par belleza Que surca el lodo sin manchar su pluma! Eres la flor que al despuntar la aurora Entreabre el cáliz de perfume lleno, ¡Una perla blanquísima que mora Del mar del alma en el profundo seno! ¿Y yo quién soy, que en mi delirio anhelo Alzar mi voz para ensalzar tus galas? ¡Un gusano que anhela ir hasta el cielo! ¡Que pretende volar sin tener alas! Delmira Agustini
NOCTURNO III Una noche una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de älas, Una noche en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas, a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda, muda y pálida como si un presentimiento de amarguras infinitas, hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara, por la senda que atraviesa la llanura florecida caminabas, y la luna llena por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca, y tu sombra fina y lángida y mi sombra por los rayos de la luna proyectada sobre las arenas tristes de la senda se juntaban. Y eran una y eran una ¡y eran una sola sombra larga! ¡y eran una sola sombra larga! ¡y eran una sola sombra larga! Esta noche solo, el alma llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte, separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia, por el infinito negro, donde nuestra voz no alcanza, solo y mudo por la senda caminaba, y se oían los ladridos de los perros a la luna, a la luna pálida y el chillido de las ranas, sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas, ¡entre las blancuras níveas de las mortüorias sábanas! Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte, Era el frío de la nada... Y mi sombra por los rayos de la luna proyectada, iba sola, iba sola ¡iba sola por la estepa solitaria! Y tu sombra esbelta y ágil fina y lánguida, como en esa noche tibia de la muerta primavera, como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas, se acercó y marchó con ella, se acercó y marchó con ella, se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas! ¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!... José Asunción Silva
Canción de Otoño en Primavera Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer... Plural ha sido la celeste historia de mi corazón. Era una dulce niña, en este mundo de duelo y de aflicción. Miraba como el alba pura; sonreía como una flor. Era su cabellera obscura hecha de noche y de dolor. Yo era tímido como un niño. Ella, naturalmente, fue, para mi amor hecho de armiño, Herodías y Salomé... Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer... Y más consoladora y más halagadora y expresiva, la otra fue más sensitiva cual no pensé encontrar jamás. Pues a su continua ternura una pasión violenta unía. En un peplo de gasa pura una bacante se envolvía... En sus brazos tomó mi ensueño y lo arrulló como a un bebé... Y te mató, triste y pequeño, falto de luz, falto de fe... Juventud, divino tesoro, ¡te fuiste para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer... Otra juzgó que era mi boca el estuche de su pasión; y que me roería, loca, con sus dientes el corazón. Poniendo en un amor de exceso la mira de su voluntad, mientras eran abrazo y beso síntesis de la eternidad; y de nuestra carne ligera imaginar siempre un Edén, sin pensar que la Primavera y la carne acaban también... Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer. ¡Y las demás! En tantos climas, en tantas tierras siempre son, si no pretextos de mis rimas fantasmas de mi corazón. En vano busqué a la princesa que estaba triste de esperar. La vida es dura. Amarga y pesa. ¡Ya no hay princesa que cantar! Mas a pesar del tiempo terco, mi sed de amor no tiene fin; con el cabello gris, me acerco a los rosales del jardín... Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro... y a veces lloro sin querer... ¡Mas es mía el Alba de oro! Rubén Darío
A MI HERMANO MIGUEL Hermano, hoy estoy en el poyo de la casa. Donde nos haces una falta sin fondo¡ Me acuerdo que jugábamos esta hora, y que mamá nos acariciaba: »Pero, hijos...« Ahora yo me escondo, como antes, todas estas oraciones vespertinas, y espero que tú no des conmigo. Por la sala, el zaguán, los corredores. Después, te ocultas tú, y yo no doy contigo. Me acuerdo que nos hacíamos llorar, hermano, en aquel juego. Miguel, tú te escondiste una noche de agosto, al alborear; pero, en vez de ocultarte riendo, estabas triste. Y tu gemelo corazón de esas tardes extintas se ha aburrido de no encontrarte. Y ya cae sombra en el alma. Oye, hermano, no tardes en salir. Bueno? Puede inquietarse mamá. César Vallejo
El albatros Por distraerse, a veces, suelen los marineros Dar caza a los albatros, grandes aves del mar, Que siguen, indolentes compañeros de viaje, Al navío surcando los amargos abismos. Apenas los arrojan sobre las tablas húmedas, Estos reyes celestes, torpes y avergonzados, Dejan penosamente arrastrando las alas, Sus grandes alas blancas semejantes a remos. Este alado viajero, ¡qué inútil y qué débil! Él, otrora tan bello, ¡qué feo y qué grotesco! ¡Éste quema su pico, sádico, con la pipa, Aquél, mima cojeando al planeador inválido! El Poeta es igual a este señor del nublo, Que habita la tormenta y ríe del ballestero. Exiliado en la tierra, sufriendo el griterío, Sus alas de gigante le impiden caminar. Charles Baudelaire
Si Dios fuera una mujer ¿Y si Dios fuera mujer? pregunta Juan sin inmutarse, vaya, vaya si Dios fuera mujer es posible que agnósticos y ateos no dijéramos no con la cabeza y dijéramos sí con las entrañas. Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez para besar sus pies no de bronce, su pubis no de piedra, sus pechos no de mármol, sus labios no de yeso. Si Dios fuera mujer la abrazaríamos para arrancarla de su lontananza y no habría que jurar hasta que la muerte nos separe ya que sería inmortal por antonomasia y en vez de transmitirnos SIDA o pánico nos contagiaría su inmortalidad. Si Dios fuera mujer no se instalaría lejana en el reino de los cielos, sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno, con sus brazos no cerrados, su rosa no de plástico y su amor no de ángeles. Ay Dios mío, Dios mío si hasta siempre y desde siempre fueras una mujer qué lindo escándalo sería, qué venturosa, espléndida, imposible, prodigiosa blasfemia. Mario Benedetti